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otro signo no habrá más evidente de mi fuego;
así es que baste ello, mi señor querido, para pedir merced.
Deténgase un momento tiempo y hora,
el sol y el día en su carrera antigua; así yo tenga,
y no por mi mérito, al deseado y dulce señor mío
siempre entre mis brazos, prontos e indignos.
El interior de Miguel Ángel sólo encuentra la paz y el sosiego en la figura de Tommaso. El joven romano es su paz, su todo, su otro yo. No soporta estar distanciado de su amor. Él le enseña a vivir, a encontrar el verdadero motivo de su existencia; la belleza.
Lo que siento, lo que busco y me guía en mí no está;
ni bien sé mirar donde encontrarlo pueda,
aunque alguien me quiera mostrar.
Esto, señor, me ocurre tras de verte,
un dulce amargo, un sí y no me mueve:
y no dudo que de tus ojos vendrá.
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